De ejecución lenta y primorosa, Morago concibe su obra primero como un disfrute personal, y segundo con un anhelo de agradar, de despertar un placer estético en el público que contempla el resultado.
El madrileño Alberto Morago regresa a la galería Puchol de Valencia (Conde de Salvatierra, 32) dispuesto a seguir emocionando al público con sus exquisitos oleos de estudiada composición. Escenas urbanas de una quietud refinada, marinas que salpican espuma, flores de mil aromas, rica vegetación, bodegones poéticos o sus amadas aldabas que franquean los postigos del tiempo son algunos de sus temas predilectos. Autodidacta empedernido, Morago es ante todo un investigador de la pintura y todos sus elementos (texturas, color, luz, movimiento y proporciones). La trayectoria de este estudioso de la pintura tiene como temática principal los paisajes urbanos que tanto agradan a este viajero incansable. “Soy un ladrón de imágenes”, le gusta decir. La peculiaridad de su obra es que los rincones que Morago plasma en sus trabajos están tamizados por su deseo de calma. Elimina los objetos que le incomodan como pueden ser los vehículos, la polución e incluso la figura humana, logrando así pequeños paraísos de relajación donde contemplar la ciudad. Para ello se vale en múltiples ocasiones del agua y no es extraño descubrir fuentes de líquido cristalino entre sus vergeles de plantas. Aunque es frente al mar donde este artista se deleita con el ritmo ondulante y caprichoso de las olas.
De ejecución lenta y primorosa, Morago concibe su obra primero como un disfrute personal, y segundo con un anhelo de agradar, de despertar un placer estético en el público que contempla el resultado.