Y es que el criterio para ser superrico ha cambiado desde hace unos años en el que antes bastaba con tener 1 millón de dólares en activos, y hoy no se entra en este selecto club si no se lleva a casa 1 millón de dólares al año.
Esta proliferación de dinero en una ciudad tan pequeña, es el motivo de que un “pequeño” apartamento de 100 metros cuadrados no baje de los 1,2 millones de dólares, y en el que un apartamento “de lujo” ronda los 35 millones de dólares.
Lo más llamativo de esta “tribu urbanita” es la creación de un universo propio. Se calcula que este universo mueve 488.800 millones de dólares al año en servicios, y es ahí donde esta lo positivo de este club exclusivo.
La revista New York plantea la siguiente reflexión: “Supongamos que en Manhattan hay alrededor de 30.000 personas (el 1% de la población en la isla) con un sueldo neto superior a los 500.000 dólares. Si estos ricos gastan 200.000 dólares en servicios, permitiría crear unos 153.000 puestos de trabajo, desde peluquerías, hasta restaurantes, pasando por servicios de chófers, tintorerías, contables, corredores de arte, etc.
Sobre todo chóferes, porque al contrario que en otras ciudades de la costa este como Lon Angeles o San Francisco, en Nueva York el rico no conduce su coche, sino que le lleva su chófer mientras revisa un informe.
En la gran manzana no se ven los Ferraris, sólo las limusinas de cristales oscuros.
Fuente: Esteban Trigos