Los electrones se mueven a través de un cañón y se aceleran con campos eléctricos, primero en un acelerador lineal y después en otro circular. Los electrones alcanzan la energía máxima de 3.000 millones de electrovoltios a una velocidad próxima a la de la luz. A partir de ahí se introducen en un anillo de almacenamiento, un tubo circular de unos 270 metros de perímetro donde se mantienen dando vueltas de forma constante. La luz generada, con una intensidad de onda que va desde los infrarrojos a los rayos X, se deriva hacia las diferentes estaciones de trabajo donde se realizan las investigaciones. Así pueden obtener imágenes «radiográficas» (de una milésima por una milésima de milímetro de sección) y observar, por ejemplo, cristales o fósiles de ese tamaño.