Piscinas, terrazas y zonas de paseo en general recurren con frecuencia a la madera. Es uno de los materiales naturales más cálidos que, además, "facilita un perfecto drenaje del agua" y "absorbe menos calor que los suelos de obra". Según la Asociación Profesional de Instaladores de Pavimentos de Madera de Andalucía (APIMA), este recurso es también la solución más adecuada para construir caminos en el jardín "con el fin de no pisar el césped o embarrarse en suelos fangosos".
Sin embargo, las tarimas de exterior son delicadas. "En estas instalaciones, hay una cantidad de fracasos enorme", advierte el secretario del comité de normalización de productos de la madera de AITIM, Gonzalo Medina. En exterior no sirven todas las maderas. Hay que colocar sólo aquellas recomendadas por los profesionales, de eficacia probada, y seguir las instrucciones de la Norma UNE 56823, sobre suelos entarimados de madera de exterior, cuya primera ponencia fue redactada por el propio Medina.
Las maderas para entarimado de exterior se dividen en dos grupos. Por un lado, se pueden instalar maderas de pino, tanto de pinos nacionales como de pinos y abetos de importación, entre ellos, el pino amarillo de Estados Unidos o los abetos procedentes de Francia y los países nórdicos. Este tipo de maderas se encuentran entre las más económicas, pero su densidad oscila entre 500 y 650 kilogramos por metro cúbico (kg/m3), lo que implica una durabilidad natural "insuficiente" para colocar en exterior y la necesidad de someterlas a un tratamiento de protección.
La densidad es un factor muy importante para conocer el comportamiento, la resistencia mecánica, la durabilidad y las prestaciones que tendrá la madera en exterior. Por su parte, el concepto de "durabilidad natural" revela la resistencia de la madera a las condiciones climatológicas que soportará a la intemperie: insolación, agua de lluvia, heladas, cambios climatológicos constantes, así como la posibilidad de sufrir ataques por hongos e insectos, "un riesgo que tiene cualquier madera que se instale en el exterior".
Todas estas circunstancias obligan a realizar un tratamiento de protección añadida, mediante impregnación en profundidad. Este proceso se desarrolla "en instalaciones muy específicas", recalca Medina, "y con diversos tipos de protectores". "En realidad -continúa-, lo que se hace es introducir unos líquidos dentro de la madera para que dejen en ésta una materia activa que la haga resistente a los hongos e insectos". Además, estos productos pueden aumentar la estabilidad dimensional, para conseguir mayor resistencia frente a los cambios atmosféricos.
El segundo grupo está compuesto por maderas de frondosas, templadas y tropicales. Las más utilizadas son el roble y la robinia, "muy resistente al exterior y con una durabilidad natural muy buena", además del elondo y el ipé. En general, ninguna de estas maderas necesita una protección adicional, ya que su propia durabilidad natural las hace aptas para utilizarse directamente.
En el caso de las maderas tropicales, destacan por sus propiedades mecánicas, gran resistencia y una densidad que oscila entre 800 y 1.000 kg/m3, lo que impide que se puedan introducir líquidos en su interior. "La madera es tan densa que no acepta bien los tratamientos de impregnación en profundidad", apunta Medina.
Entre las maderas tropicales, la más utilizada es el ipé, procedente de determinadas zonas de Brasil, norte de Argentina y Paraguay. De hecho, explica Medina, "en cierto modo, hay incluso escasez de esta madera y se empiezan a buscar alternativas para evitar la subida de precio que ha experimentado". Entre estas alternativas, destacan el elondo, el merbau, el iroko, el cumarú y la teca, muy resistente gracias a una impregnación propia que le confiere una resistencia especial.
Fuente: eroski