Hablar del lujo es entrar en un lenguaje donde hay que dar por hecho calidad, exclusividad, originalidad..., y también caer en las redes de los que marcan las normas de ese elitista club concebido para muy pocos, pero globalizado hoy en día por unos cuantos. Lujo es poder llevar una camiseta con un pantalón de costura (Lagerfeld dixit) o lucir los mejores «manolos» de la temporada antes de que salgan al escaparate. Gastarse una fortuna en una botella de vino o surcar los mares con el yate más caro del mercado no es lujo, es simplemente opulencia.