El sueño americano de los Trump fue una realidad con la que el magnate creció hasta llegar a los 28 años, fecha en la que heredó todo un imperio que no hizo más que aumentar en tamaño y valor adquiriendo nuevas torres y propiedades que bautizó con su apellido. Los edificios más emblemáticos de la Gran Manzana se tocaban con la T de los Trump en una carrera de fondo que reunía todos los ingredientes para ser pasto de libros, series, cotilleos y todo tipo de habladurías sobre las andanzas económicas del joven Trump y los caprichos de su rubia esposa, la primera, Ivana, con la que protagonizaría uno de los divorcios más sonados de los Estados Unidos y cuyas cifras multimillonarias para llegar a un acuerdo marcaron un antes y un después en las batallas judiciales.
Dueño de torres y casinos
Pero eso fue con la crisis de los años 90 en los negocios del magnate. Si su época dorada fueron los 80, diez años más tarde el todopoderoso dueño de torres y casinos veía cómo los números no cuadraban y sus propiedades apenas podían hacer frente a las deudas. En las listas de «Forbes» iba bajando puestos a pesar de su negativa a reconocer el crack. Pero al igual que los mejores boxeadores, que son capaces de remontar tras ser noquedao por su adversario, Trump resurgió de unas cenizas que se encargó de atizar su ex mujer una vez que le pilló siéndole infiel con su actual esposa, Marla Maples, con la que también ha sido nuevamente papá.
La confianza es básica en los negocios y Donald no la tuvo con su esposa, pero sí con los inversores que apostaron por su astucia y le permitieron crecer nuevamente. En 1992 los números salieron a la luz tras hacer las cuentas claras y demostrar que torres tan altas como las suyas también podían caer. Según un cálculo estimado a la baja, sus propiedades estaban valoradas en 536.000 millones de dólares, pero sus deudas rondaban la cifra de 464.000 millones. Era la ruina para el todopoderoso rubio de las finanzas, cuyos caprichos no tenían límite ni una estética discreta y ahí está el ejemplo del que fue su bastión del lujo, su impresionante mansión de Mar A Lago, en Palm Beach, y que hoy se ha transformado en un club privado. La residencia no tiene desperdicio. Huele a dinero por cada esquina de sus paredes forradas en carísimas maderas. Construida en 1927 en estilo morisco, es difícil poder expresar lo que se respira y se ve en Mar A Lago. En su día fue la casa de verano de Donald e Ivana. Techos dorados, tapices de seda italiana del siglo XVI, azulejos españoles, escaleras de 25 metros, una piscina con cascada que ya hubiera querido Esther Williams, palmeras dando al mar, retratos de su propietario con mucha brisa marina de fondo...
El resurgir
Pero Trump resurgió, compró el certamen de «Miss Universo», adquirió nuevas propiedades, participó en un «reality» de televisión, sacó una nueva biografía, contrajo matrimonio, aumentó su flequillo, apostó por el resurgir de Nueva York tras los atentados del 11-S y de nuevo se convirtió en el magnate que hoy es y que siempre quiso ser. Para entender cómo es la vida de uno de los hombres más famosos del otro lado del Atlántico, basta con escuchar a su hija Ivanka hablar de su papá. «Es mi héroe», confiesa. La joven dice maravillas sobre su progenitor. No en vano, desde que era una adolescente papá le dejaba usar su Boeing 727 los días que él no lo utilizaba para que pudiera ir con sus amigas a su mansión de Florida para darse un chapuzón. Siempre al acecho de todo lo que se cuece, el magnate y presentador del concurso de televisión «El aprendiz» ya ha anunciado que prepara un nuevo «reality» sobre niñas malcriadas, una vez visto el escándalo organizado con Paris Hilton o Britney Spears. Con el título «Dama o vagabunda», este show pretende reformar a las chicas malcriadas y convertirlas en auténticas damas de buenas maneras. «Todo lo que toca lo convierte en oro», solía decir Fred Trump de su hijo Donald. Y algo de razón llevaba.
Fuente: Beatriz Cortazar para abc.es