También dan la vuelta al mundo, y el propietario los alcanza en un punto convenido -«Nos vemos en Tahití»-. La mayoría de sus dueños son banqueros, empresarios, ex políticos... Tradicionalmente, anglosajones. Pero también hay mucho rico emergente procedente de la India, Rusia, China, Malasia. Y, por supuesto, los jeques árabes de siempre.
En España no hay demasiada cultura de superyates, pero haberlos haylos. Entre ellos, el yate real Fortuna, cuya eslora alcanza los 40 metros. Y, por supuesto, el barco de 72 metros que le están construyendo a Paco el Pocero en un astillero italiano. Lo malo es que, según los entendidos, el propietario de megayate español tiende a escatimar en el mantenimiento. «Y ése es un gasto imprescindible, porque el medio marino es muy corrosivo y si lo vas dejando se deteriora, y al final pagas más por la reparación. Eso sin contar que estas embarcaciones están vigiladas por sociedades clasificatorias que manejan una normativa de calidad muy exigente para poder satisfacer a las compañías de seguros», explica García-Aubert.
Su astillero realiza anualmente unos ochenta proyectos -cada proyecto es un barco- de embarcaciones con una eslora media de unos 60 metros. Pero sus clientes españoles apenas representan un 1%. Y eso que en España el mundo del megayate también crece. Actualmente, hay dos nuevos astilleros en construcción en Galicia, otra empresa en Barcelona dedicada a construir yates de hasta cuarenta metros y otro veterano astillero en Alicante que también ha empezado a fabricar barcos de gran eslora.
La novedad es que al millonario de hoy le gusta mover el dinero. Antes, se lo guardaba. O lo invertía en mansiones. Ahora la propiedad tierra adentro es mucho más vulnerable al acoso de los paparazzi y los que de verdad desean privacidad tienen que irse a alta mar. Ese dinero a flote implica a su vez una gran generación de ingresos. En sus 36.000 metros cuadrados actuales, que en pocos años serán duplicados, el mayor astillero del Mediterráneo dedicado a la reparación de megayates cuenta ahora mismo con quince naves en sus dársenas y da trabajo directo a unas 800 personas, e indirecto a unas 1.300. «El proyecto más ambicioso que hemos afrontado fue la transformación total de un yate de 48 metros. Duró casi año y medio. Se le cambiaron los puentes, se hizo una sala de máquinas y todo el interior nuevo». Y sólo porque el barco acababa de cambiar de propietario.
La recesión estadounidense y la consiguiente crisis mundial no parecen haber llegado (ni probablemente lleguen) al mundo del megayate. En Alemania acaban de construir uno con una sala de conciertos pensada para una orquesta de cuarenta músicos. «Cada vez que cambian de barco es para comprarse uno más lujoso y más grande», señala García-Aubert. Lo cual no significa derroche. En este astillero están acostumbrados «a un estricto control por parte de los propietarios, que como hombres de negocios, miran mucho la peseta. La imagen del árabe soltando dinero a espuertas aquí no la hemos visto jamás. Ni nos regalan perfumes, ni relojes de oro. Al contrario, piden que se rindan cuentas y las revisan con lupa».
Fuente: ARANTZA FURUNDARENA