La arquitectura y el lujo son dos mundos condenados a entenderse. Como muestra, ahí está el caso del arquitecto neoyorquino Peter Marino, todo un gurú a la hora de crear edificios para soñar, que firma los proyectos de las mejores tiendas del mundo. Con un «look» de lo más «cañero» que recuerda a las vestimentas de los moteros de cuero y tacón cubano, Marino adquirió nombre y prestigio en los 70 después de decorar la casa de Andy Warhol en Nueva York. Supo aprovechar la jugada, y de inmediato recibió el encargo de crear todos los espacios de Barneys en Manhattan. Luego vinieron las casas de Yves Saint Laurent, de Agnelli y de importantes fortunas que querían tener al más reputado de los arquitectos en ese mundo. Por supuesto con Peter Marino no se habla de precios ni presupuestos: le gusta el estilo francés, acudir a los anticuarios para comprar obras de arte y levantar las mansiones por dentro para dar su toque personal. Como era de prever, Arnault se fijó en su talento y le encargó la restauración de la sede de Dior en la avenida Montaigne de París.