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Los Okupas del millón de dólares

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Se instalan en residencias deshabitadas y las remodelan.Todo comenzó a raíz de la experiencia de un inmigrante rumano, Calin, de 30 años, quien cansado de buscar alojamiento cerca del barrio de Hampstead, donde trabajaba como jardinero, decidió echar nido en una de las muchas casas desocupadas de la zona.

Más precisamente, en el número 24 de Ingram Avenue , una mansión de la era victoriana con ocho dormitorios, cinco baños, dos salas de juego, pileta de natación y vista al parque Turners Wood, donde Elizabeth Taylor solía jugar cuando era niña.
El edificio permanecía vacío desde 1993, cuando un grupo inmobiliario, Vertical Properties Limited, lo compró por 3,9 millones de libras (casi ocho millones de dólares) a su entonces ocupante, sir Arthur Elvin, antiguo propietario del estadio Wembley.
Hace tres años, el predio fue alquilado por una productora cinematográfica para que figurara como el domicilio de Kevin Costner en la película Más allá del odio . Pero, con la partida de las estrellas de Hollywood, todo volvió a ser dejadez y abandono.
Instigados por la subida de los precios inmobiliarios durante la última década (hasta un 200% en ese barrio londinense) el grupo inmobiliario tenía pensado derribar la mansión para convertirla en dos casas valoradas en 10 millones de dólares cada una.
Para ello necesitaban un permiso municipal. El problema era que Hampstead es una “zona de conservación“, es decir, protegida por normas que impiden toda demolición a menos que se pruebe que el edificio es “inhabitable”. De allí la necesidad de esperar que la vieja estructura se cayera, con la ayuda de periódicos ataques de unos cuantos vándalos.
Calin arruinó estos planes y los de otras agencias con proyectos similares, porque el jardinero rumano no se acomodó solo en la mansión, sino que llevó a una decena de squatters -seis jóvenes británicos y cuatro inmigrantes de Europa del Este- con quienes emprendió la remodelación.
El caserón no tenía agua caliente ni electricidad, así que echaron mano a un generador y a un acceso al suministro de agua de la calle. Blanquearon con lavandina las paredes mohosas, las pintaron e hicieron otras tareas de decoración y de plomería. Para celebrar sus proezas organizaron asados, competiciones de póquer y veladas con champagne a la luz de candelabros, junto a la pileta.
Su glamorosa vida atrajo la atención de los medios, al punto que el fotógrafo italiano Alex Masi los convirtió en protagonistas del documental Los “okupas” del millón de dólares .
En cuestión de semanas, su experiencia fue emulada por otros “okupas” que se instalaron en mansiones de las cercanas The Bishops Avenue, Fitzjohn s Avenue y Avenue Road.
Como Calin, estos “okupas” no son desocupados ni mendigos, sino artesanos, estudiantes y obreros que trabajan en la zona, pero que no pueden pagar los altos alquileres en una de las ciudades más caras del mundo.
Su “modus operandi” es sencillo. Durante varios días rondan una calle para identificar si hay una casa deshabitada. La acumulación de correo en el buzón es la señal más obvia. Tocar el timbre y no recibir respuesta es otra. La ausencia de luz en las ventanas también es un buen indicador.
Lo crucial es entrar sin forzar ninguna puerta ni ventana. Todo daño supondría una “violación de domicilio” y la expulsión inmediata por parte de la policía. Una vez adentro, los s quatters cambian la cerradura para hacerse una llave propia y se cuidan de que alguien siempre permanezca en el interior.
Instalarse en una casa abandonada no es un delito penal en Gran Bretaña. Más aún, todo aquel que permanece más de siete años en una propiedad adquiere “derecho de ocupación“, equivalente a ser propietario de hecho.
Así, deshacerse de un grupo de squatters puede transformarse en una pesadilla: el propietario tiene que obtener una orden de desalojo de los tribunales, lo cual puede tomar varios meses o años.
Ola de simpatía
Cuando Calin y sus amigos fueron convocados al juzgado, recibieron el apoyo de la prestigiosa asociación vecinal, el Hampstead Trust, que había hecho campaña en contra de la demolición y de una antigua ocupante de la mansión, Maria Margaronis. “Me críe en esa casa y me partía el corazón verla a la deriva -dice-. Estoy encantada de que alguien viva allí, porque significa que no la tirarán abajo.”
Hace tres meses, la orden de desalojo cayó en manos de Calin. Pero no dudó en emprender la mudanza. “Yo me gano la vida cuidando los jardines de muchos de los vecinos de este barrio. De lo que gano también depende mi familia en Rumania”, explicó.
Su gesto generó una ola de simpatía. Calin y sus compañeros viven ahora en otra mansión, con vista al parque Hampstead Heath, y con la aprobación de su propietario, con quien el rumano pactó un “contrato oral” por el cual se compromete a cuidar la vivienda y a pagar un alquiler simbólico de tres libras (seis dólares) por día.
“Sabíamos que era buena persona, así que nos arriesgamos a decirle que estábamos ocupando su casa -contó Calin-. Le propuse que, si nos dejaba quedarnos unos meses, le haría trabajos de reparación. Y él aceptó.”
Su experiencia ha sido tan exitosa que varias asociaciones vecinales han empezado a tomar la inusitada medida de pedirles a los squatters que se instalen en su barrio.
“En West Hampstead teníamos un edificio desocupado de ocho pisos que se había convertido en punto de encuentro de drogadictos. Cansados de apelar a las autoridades, les pedimos a unos squatters que lo ocuparan. Desde entonces, no tenemos más problemas”, señaló John Burr, directivo de la asociación vecinal de Camdem y West Hampstead.

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